Hoy va a ser un día como cualquier otro: saldrá el sol o, tal vez, no. Algunos saldrán a la calle a disfrutar de este insignificante domingo; otros, permanecerán en casa, encerrados entre cuatro paredes, pensando acerca de absurdeces que sólo los humanos son capaces de pensar. Va a ser un día más en nuestras vidas. Un día que llegará y pasará. Nadie pensará en él dentro de unas semanas.
Pero yo quiero que tú recuerdes este día como el día en que morí para acabar con la rutina. Prefiero no pensar que va a ser mi último día, porque es triste recordar un domingo soleado -o no-, como el día en que morí; por tanto, no voy a actuar diferente. Cuando nos veamos, no te voy a besar con más ganas. Apoyaré, como siempre, mi cabeza sobre tu pecho, para escuchar por última vez, sin que lo sepas, tu corazón. Después, acariciaré tu nariz y te besaré delicadamente, para más tarde, mirándote fíjamente a los ojos, sonreír y jurar quererte sobre todas las cosas; pero, tal vez te mienta un poco. Y con esa frase, cargada de verdad, dolor, rabia y mentira, me iré de tu vida para siempre. No tengo miedo. Quizás, lo que más me entristezca es saber que algunos días me echarás de menos, especialmente los días pares, y también cuando llueva. Pero no importa; yo quiero esto: que me pienses, que me extrañes y que te duela. Que nunca olvides este día. Que lo recuerdes como el día en que mi corazón, o los pedazos que dejaste de él, reunió las fuerzas suficientes para dejarte por todo el daño causado. Es probable que esta carta te haga querer odiarme, pero me quieres tanto que serás incapaz de hacerlo; y eso, créeme, me tranquiliza.
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