Nada más le importaba. Lo único que quería era que siguiese formando parte de sus días; no sólo de los pasados sino también de los presentes, y por qué no, de los futuros.
Sus sentimientos se habían ido transformando a lo largo de los días. Rápidamente pasaba de odiarlo a quererlo, y viceversa. Otras, sin embargo, ni se acordaba de su existencia. Y aunque había comprendido que no podría volver tenerlo en su vida de la manera en que le gustaría, le quería, definitivamente, en su vida sin importarle cómo.
Quizás el problema era que le quería tanto que no era capaz de imaginar su vida sin él, o lo que es lo mismo: sin ella; porque había llegado a un punto en que ella misma era él, y a la vez no entendía ni quién era. Y era por eso que había empezado a aceptar que las cosas debían seguir así por el momento, con la máxima distancia del mundo -si cabía-, porque el tiempo pondría a cada uno en su lugar, y lo único que le quedaba era esperar con toda la paciencia disponible -que en su caso era escasa- a que las horas, los días, las semanas, los meses y quién sabe si los años, lo colocasen todo de nuevo.
Y él pudiese formar parte de su vida, y ella lograr entender quién era.
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