Vistas de página en total

miércoles, 17 de febrero de 2010

Querido Iván:


Esta es la última vez que me dirijo a ti. Es lo último que te queda de mí. Me marcho, Iván. No quiero que me busques. Ni que me pienses. Tampoco me recuerdes. No intentes dar conmigo, porque ni yo misma sabré hacerlo. Ni yo misma sé a dónde iré mañana. Sólo sé que me voy lejos de aquí. Lejos de ti y de mí. Lejos de nosotros.
Lejos de esta ciudad, del ruido, del humo de los coches. Lejos de tanta hipocresía; de gente conocida.
Iván, yo me marcho a pasar desapercibida. Me marcho tan lejos que nadie me conozca. Me marcho adonde los caracoles son felices incluso cuando no llueve. Adonde la música es capaz de hacer que los dedos del poeta se deslicen por el teclado de un ordenador a las cinco de la mañana. Adonde las bombas son sólo Donuts rellenos de chocolate.
Yo me marcho a olvidar tu nombre, Iván. Me marcho a gritar que te odio tanto que no puedo dejar de quererte. Me marcho a andar sobre cristales rotos hasta que me sangren tanto los pies que el corazón deje de dolerme. Me marcho a reparar todo lo que estropeaste.
Me marcho a que me eches de menos, Iván. A que te duela lo que has perdido. Me marcho a que mi ausencia atormente tus noches.
Iván, yo me marcho a que mis manos acaricien rostros anónimos. A que mi cuerpo reciba calores ajenos. Me marcho, Iván, a que mis dedos recorran otras pieles. Me marcho a jugar con otras vidas; con otros seres.
Me marcho sin dinero a fingir que les quiero.

Sinceramente y, cada día menos, tuya:
Yo.

A 'Iván', que tanto daño me ha hecho sin saberlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario