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jueves, 8 de abril de 2010

De no ser esa chica de rojo.



Afuera nada permanece en tranquilidad: los coches circulan, pitan, expulsan humo contaminante. La gente pasea por la calle a la cual da la ventana de esta habitación. Aquella chica de rojo sortea algunos charcos para no ensuciar sus zapatos. Hay a quienes les gusta no evitarlos y meterse dentro, incluso con zapatos nuevos; y me alegro tanto de no ser esa chica de rojo...

No está lloviendo, pero lo ha hecho copiosamente hasta hace unas horas.Esta noche, más bien de madrugada, las gotas repiqueteaban en este tejado de chapa como queriendo marcar el tiempo. Mi tiempo. El tiempo que pasaría buscándote. Repiqueteaban mientras yo te buscaba en sueños, o quizás, realmente te buscaba. Repiqueteaban marcando el ritmo de mi corazón y, sinceramente, me latía demasiado deprisa. Tenía algo de miedo y frío, porque todo estaba oscuro y yo andaba bajo la lluvia caminando como una autoestopista perdida sobre el arcén de una carretera, tal vez, demasiado peligrosa.

Tenía una respiración entrecortada que contrastaba con el ritmo que marcaban las gotas de agua. Mi respiración iba a destiempo y era incapaz de seguir el compás de la lluvia.Estaba siendo incapaz de seguir tu ritmo. Y el tiempo pasaba. Al igual que la lluvia lo hacía sobre el suelo, mis dedos querían repiquetear sobre tu espalda, querían ser ellos los que marcasen el tiempo. Pero antes tenía que encontrarte. Querían robarle el protagonismo a la lluvia y, verdaderamente, yo lo estaba deseando. Quería ser yo la que marcase mi tiempo. Sin prisas, sin pausas. Sin latidos acelerados, ni respiraciones entrecortadas. Quería recorrer tu espalda lentamente, burlando todos los ritmos existentes, creando mi propio ritmo. Quería, sobre ella, dibujar paisajes. Crear charcos en los que perderme. Querían mis dedos ascender a tu cuello y provocar una brisa con ayuda de mi aliento. Pero el tiempo pasaba y yo tenía que encontrarte.

Simplemente me limitaba a avanzar lentamente por aquella carretera. A veces, pasaban algunos coches tan deprisa que era incapaz de seguirlos con la mirada porque se perdían rápidamente en el horizonte infinito. Aquella carretera eras tú, y aquellos coches no eran sino los rostros anónimos, los besos vacíos de aquellos en los que que buscamos cierto calor cualquier noche de invierno cuando por nuestras venas discurre más cerveza que sangre; y yo me sentía tan orgullosa de caminar despacio...

Pisaba fuerte para dejar huella. Detrás de mí iba dejando la marca de las suelas de mis zapatos nuevos porque no había dejado sin pisar ni un sólo charco de los que me había encontrado, pueshay a quienes les gusta no evitarlos y meterse dentro, incluso con zapatos nuevos; y me alegro tanto de no ser esa chica de rojo...



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